Aquí comienza la historia, basada en hechos reales sobre el descuido fatal y sus consecuencias.
Primera parte de un relato corto, publicado en serie de tres posts.
La salud debería ser lo mas importante en los seres humano, un cuerpo sano física y emocional, es la ventana para conquistar el mundo; según los deseos, sueños, metas, anhelos y objetivos de cada quien.
Un cuerpo cansado y enfermo, se convierte en
una barrera para la superación; por ende, el triunfo se presenta lejano y
sombrío, dando pie a la desesperación, la duda, sobre todo un desequilibrio
generalizado.
Yo soy una de esos miles de personas en el
mundo que no les gusta ir al hospital, mucho menos por una alergia o algo que
se le parezca; ni que decir, de esos granitos de acné que llegan a nosotros más
en la adolescencia que la adultez; sin embargo, mi ignorancia tenía un alto
precio que pagar y mi terquedad mucho más.
Cinco años atrás, un día cualquiera en mi
vida aventurera, emergieron tres granitos en mi mejilla derecha; al siguiente
se convirtieron en diez, gracias a la insolencia de mis manos alocadas y sin
control; parecían atraídas como un imán a mi supuesto acné; donde tocar,
hurgar, rozar o frotar mis mejillas era una necesidad imperante de mis uñas
largas y postizas; un círculo vicioso que me atrapó entre sus garras, sin intención
alguna de liberarme.
No obstante, para el fin de semana como arte
de magia se habían triplicado, corrido a la mejilla izquierda y de paso saltó a
mi barbilla; quedé sorprendida ante la rapidez de reproducción. Verme al espejo
era llorar sin consuelo, la verdad es que ni en mi adolescencia pasé por
una situación como esa.
El bochorno se apoderó de mi existencia, la
depresión y el encierro se convirtieron en el pan de cada día; no recuerdo
cuanto peso perdí durante el proceso. Mi madre visiblemente preocupada trató de
animarme, alegando cuanto había mejorado mi figura; resaltó la holgura de mi
ropa, por la bolsa que se hacían en mis piernas, lo ancho de mis blusas, nada
de eso me animaba.
En mi pensamiento, sólo rondaba las
horribles espinillas de mi cara, mañana, tarde y noche;
ni podía usar maquillaje para ocultarlas de la vista de los
imprudentes; el sólo hecho de sentir mi rostro, devastado y envejecido, se
llevó en un suspiro el alma mía, dejando pesadumbre y melancolía.
Para colmo de males, fue la primera vez que
miré una mujer de piel canela, con el rostro rojo en frente, nariz y mejillas;
por supuesto, tuve miedo, el pánico consumió sin remordimiento mi espíritu; la
picazón, inflamación, deformación y enrojecimiento me enloquecieron; mi alegría
desapareció en un suspiro.
Había pasado un año de aquello y nada
mejoraba, tocar mi rostro era doloroso, el mínimo rayo de sol encendía mis
mejillas, como una plancha esperando alizar una camisa. En el trabajo, pocas
personas se atrevieron a mencionar algún preparado casero para mi supuesto
acné; cremas, brebajes, mascarillas, hasta algunas cosillas un poco indecentes.
─Tu podrás imaginar a lo que se refería
la jerga masculina.
Algunos candidatos se ofrecían como donadores
de la misma; tal vez a manera de broma para calmar mi evidente angustia; nunca
lo enfrenté, pues no era de mi interés; lo cierto, es que fue una época
aterradora y desesperante, sobre todo deprimente.
Lo peor estaba por venir. La navidad vitoreó
en el viento su llegada, no me preocupó ropa, regalo, ni fiesta; mi más
ferviente anhelo se centró en encontrar la solución a mi problema, aquel acné
me lastimaba cada vez que lo veía; mi rostro experimentó cada cosa que me
decían, agravando a cada minuto el estado de la misma y la belleza que un fue
envidia de muchas, se marchó sin despedida.
Ahora que lo pienso, ninguna de esas personas
mencionó un buen dermatólogo; todos estaba ocupados conversando con mis
tumultuosas y escabrosas mejillas, mientras mi forzada sonrisa luchaba por
ocultar las lágrimas deseosas de salir a toda prisa.
(Continuará...)
Denny Peñalver
Sublime y Dócil Dennoe Han.
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