Camelia volvió a la vida en un instante entre
abrazos y sonrisas fulgurantes. Sí... volvió a nacer aquella hermosa mujer
que permaneció en la memoria de aquellos habitantes, habilidosa cuentista que
les llenaba de sorpresas y emociones en cada historia.
Quienes la
apreciaban y mejor conocían, la reseñaron como el “Ave Fénix hecha mujer” por
resurgir entre las cenizas de un mal amor.
Así trascurrirían sus días compartiendo un
rico café, entre estruendosas risas y jocosas anécdotas del diario convivir.
Don Facundo era un agradable anciano muy querido en aquellos barrios, había
acumulado más de treinta años de vivencias en la comarca, su estandarte era la
esmerada atención a propios y extraños.
Sin duda alguna
preparaba el mejor capuchino de la comuna y sus alrededores; por tanto, la
cafetería siempre estaba llena, sobre todo en los gélidos días de invierno.
Camelia jamás imaginó que aquella fría época traería consigo nuevas esperanzas
a su vida.
–Buenos días,
preciosa Camelia… ¿De qué llevaras hoy?
–De que me
recomiende hoy Don Facundo… Honestamente para mí, todos los capuchinos que
usted prepara son deliciosos.
–¡Umju! Y no
te quieres casar conmigo… Te mantendría calentita todo el día, con el toque
justo que a tí te fascina.
–¡Don Facundo! Me
está usted haciendo una proposición sumamente atractiva.
–¡¡¡Atractiva
proposición!!!– dijo el anciano. No, que va mujer… Atractiva tú tan rebosante
de lozanía, yo con mi mosquete enmohecido e daría una vida aburrida.
–Que te lo digo yo,
querida Camelia– grito Doña Cata desde una de la mesa del fondo –Ayer le pasé
la manito y no encontré ni los cartuchos percutidos.
La
jocosidad de Doña Cata, desató una cascada de risas cubriendo cada rincón
del pintoresco lugar. Camelia no podía creer que su vecina, se aventurará a
decir semejante cosa tan íntima, mucho menos cuando la cafetería estaba tan
concurrida.
Camelia
avergonzada, sintió sus mejillas ardidas, era evidente los colores
intensos de su rostro. Don Facundo al ver a la joven tan apenada, dejó
escapar una risilla; Camelia quedó muy aturdida por los ardorosos comentarios
de su amiga Catalina Pomarrosa, dueña de la lengüita más escandalosa de la
comarca, mejor conocida como Doña Cata.
Ese año, el invierno se atrevió a golpearlos
con mucha fuerza, pero un día cualquiera, en una mañana fría, Camelia leía una
revista en un banquillo a las afueras de la cafetería, disfrutaba de una
rosquilla mientras esperaba su cremoso capuchino.
El clima estaba
bajo cero y el local repleto a reventar, el jolgorio de los clientes enloquecía
a Don Facundo y su personal. Absorta en su lectura, Camila no lo miró
acercarse, sin tapujos ni caprichos hasta su nariz llegaría un perfume varonil,
selecta mezcla entre almizcle y flores de buganvilia.
Levantó su rostro y
con los ojos cerrados aspiro con descaró la exquisita fragancia, menuda
sorpresa se llevó, un hombre maduro le sonrió con suma picardía. Aquel
desconocido de avasallante figura, llevó consigo dos envases del más aromático
café, nunca antes percibido por su refinado olfato.
En la distancia, Camelia pudo observar
a Don Facundo con una espléndida sonrisa, haciendo muchas señas que ella no
logró descifrar, sin más remedio que levantar su mano y saludar lanzo un beso a
viento. Por instinto, aquel caballero dio inicio a una interesante conversación
entre dos desconocidos.
-Disculpe
molestarla señorita…Don Facundo le ha enviado su capuchino.
-Le agradezco se
haya tomado la molestia de tráelo.
-Como no hacerlo si
el local está muy lleno… Mire usted, señorita Camelia como esta de azorado el
personal.
-Para mí es
costumbre- dijo Camelia sonriendo mirando alrededor- aunque es innegable que
hoy está peor que nunca.
- ¿Sera que acepta
mi compañía compartiendo un café?
La respuesta de
parte de ella fue una sutil sonrisa, Camelia no demostró lo aturdida que se
encontraba ante aquella exquisita fragancia que la hacía desvariar. Agradeció
al cielo en silencio, que aquel hermoso día fuese domingo y no tuviese que ir a
laborar, ya que no se perdonaría tener que marcharse y terminar de escuchar
aquella voz profunda que le permito soñar.
A partir de ese
instante cada mañana, dos almas solitarias se encontraban en el mismo lugar,
compartiendo un rico café emprendieron una hermosa amistad, que con el trascurrir
del tiempo se fortalecería cada vez más.
Y
fue una mañana fría –Una mañana fría de verdad– en aquella pintoresca
comunidad, donde a su tiempo el amor surgiría entre dos amigos, quienes vivían
día con día albergando en sus corazones, la esperanza encontrar la felicidad
algún día. Al igual que el primer día -En una mañana fría-, aquellos enamorados
jugaban a ser dos desconocidos, para no perder de la dicha de haberse
encontrado...
¡Y así fue! Sí
señor… Así fue como Camelia Mondragón, paso de ser “una pobre e insulsa Mujer”
para convertirse en la más esplendorosa flor de la comarca, rebosante de
alegría antes las frágiles alas del amor, disfrutaba cada noche desatando la
fogosidad contenida, sumiéndose en el interminable éxtasis de la pasión...
"Así que piénsalo amigos, hoy en
un buen día para hacer una amistad más. Tal vez tengas la misma suerte que
Camelia Mondragón y le des la bienvenida a un nuevo amor..."