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viernes, 8 de septiembre de 2017

El SUEÑO CARMELINA... Parte Final.


Permaneció sentada en las escalinatas de la entrada, a la espera de quien se asomara. 


A juzgar por lo que veía, Carmelina que los propietarios del lugar debían estar cerca, una gran cacerola humeante estaba puesta en el fogón, de repente entre el maizal miró que algo se movía, aunque no lograba distinguirlo espero un poco sobrecogida ante la expectativa; salió una figura femenina que se movía con cierta lentitud, corrió hacia ella y al estar cerca pudo ver a una anciana sonriente. Carmelina no dejó de sonreír y se ofreció ayudarla con la carga, presura hizo gala de su buen carácter.
–Buenos días, buena señora –dijo Carmelina corrió hacia ella déjeme ayudarle.
–Buenos días, criatura –replicó la anciana sonriendo gracias por tu ofrecimiento.
–Pasaba por acá y mire sus hermosos árboles frutales –expone la chica agarrando el cesto la despiadada noche me ha confundido y me ha traído a senderos desconocidos.
Yo conozco todos los caminos. –dijo la anciana caminando– ¿Cuál era tu sendero?
–La hacienda de mi patrón –dijo ella con gran esfuerzo Don Francisco de la Fuente.
–Querida está muy lejos del camino– replicó la mujer riendo a carcajadas haz venido en sentido contrario, vagabunda noche que te ha perdido.
–¡Oh, pobre de mí! –dijo la chica con miedo– Ña Ana me va a encerrar de nuevo en el cuarto oscuro. Cuando se enoja, no hay quien pueda con ella.
–Vaya por lo que dices parece una mujer muy fuerte– dijo la anciana burlona– pero todo Sansón tiene su Dalila, no te preocupes ya abrá quien la ponga en su lugar.
–Fuerte es poco, tiene una mano grande y pega duro –dijo ella sobándose una mejilla–¿Qué hay más allá de las colinas?
–Un mundo maravilloso –dijo la anciana entre suspiros un lugar de belleza sin igual que pocos ojos han mirado antes.

Con una leve sonrisa, la noble anciana le invita a pasar al sentir compasión de la pequeña Carmelina que se había perdido durante la noche, el desafiante ronroneo de su estómago delataba el hambre que ella sentía. al parecer la noche confabulo a favor de Carmelina, quien amparada por aquella noche sin luna avanzó sin saber al destino de sus sueños. 
La emoción embarga a la chiquilla al ver sobre la chimenea, el retrato de una hermosa mujer a orillas de un ancho mar. Por primera vez Carmelina miró el mar, tomó el retrato entre sus callosas manos producto del duro trabajo. Durante largo rato lo contempló perdida en aquella belleza, buscaba cada detalle para iniciar una nueva aventura en su interminable mundo de fantasía, emocionada Carmelina llevó el retrato a su pecho entregándose a su imaginación.

Desde el rincón donde se acurrucó podía sentir la brisa de la mañana, cargando un fresco aroma jamás percibido que inundaba su nariz, buscó con desesperación una refulgente caracola que le enseñara el canto del mar, cual espumoso oleaje chocando contra la blanquecina arena.

Carmelina se zarandeó al escuchar su nombre a lo lejos, pero no dejo de soñar la segunda vez escucha su nombre con más fuerza, ella abrió sus ojos al contacto de una mano en su hombro, en ese momento cesó el cantar del mar y el exquisito aroma se desvaneció.  La sonrisa de la pequeña se torna triste, sólo ella conocía la intensidad de su deseo por conocer el mar. En su corazón, Carmelina sabía que pertenecía a aquel lugar desconocido, aquella fantasía de la playa le llenaba de paz y felicidad.
–Carmelina, pequeña no debes regresar a la hacienda de dónde has partido, pues tu felicidad está muy cerca de ti, ahora debes seguir tu corazón y encontrar ese lugar soñado.
–¿Por qué lo dice, Doña Florencia?
–Porque tu rostro se ilumina cuando sueñas con la playa, sobrenadas en alegrías y placidez cuando das rienda suelta a tu imaginación.
–Mi corazón canta de una manera diferente, es incontrolable lo que siento.
–Un sueño como el tuyo me trajo aquí y finalmente pude conocer la verdadera felicidad, desde entonces hice de este lugar mi hogar.
-¿Siempre ha vivido sola aquí, Doña Florencia?
-No, Carmelina. Mi esposo falleció el año pasado, mis dos hijos ya se han casado.
-Cuando sea grande, voy hacer como usted, pero viviré cerca del mar.
-Carmelina, nunca dejes de luchar por hacer realidad tus sueños, pues allí radica la felicidad. Vamos a preparar una canasta, hoy te llevaré a un lugar que te va encantar.

Carmelina estaba feliz, su corazón parecía explotar de tanta dicha, por primera vez la risa no se atoraba en su garganta y brotaban como hermosas margaritas en el vergel florido de primavera. Doña Florencia, también estaba muy alegre de tener compañía, hacia tanto tiempo que su humilde hogar no se inundaba de risas, la llegada de aquella pequeña florcilla silvestre, llevaba consigo un ramillete de luz en casa sonrisa.
La canasta repleta de frutas, panes y carnes secas. Una garrafa de agua fresca y otro pequeño repleto de un aromático chocolate, algo de heno que dejo a Carmelina un poco sorprendida. Detrás de la casa, apareció una mula arreando una vieja carreta, Carmelina no dejaba de sonreír pues su corazón festejaba, entre la emoción y la esperanza de lo que le esperaba mas allá de la colina.

Subieron y bajaron un par de colinas, un aroma refrescante inundó los pulmones de Carmelina, sus ojitos se iluminaron al escuchar un fuerte zumbido agradable a sus oídos; menuda sorpresa para la pequeña, su ansiado mar le daba la bienvenida tras la tercera colina, emocionada bajo de la carreta y hecho a correr colina abajo, con los brazos abiertos cómo queriendo abrazar el inmenso mar que miles de veces llego a soñar.
Cuanta emoción sintió Carmelina al sentir el agua tibia bañando sus pies desnudos, el tierno abrazo tanto tiempo deseado. El cantar de las olas al romper su camino, fue para ella más hermoso de lo que había imaginado, corría de un lugar a otro, derramando lágrimas de felicidad nunca antes sentidas. 
Carmelina caminó a los brazos de Doña Florencia, ambas se fundieron en un eterno abrazo grande e intenso, cálido y abrigador. Dos seres en el mundo, disfrutaban de intensos días en los brazos de un mar noble y cálido que las recibía cada día. Carmelina cumplió su sueño y descubrió la playa desconocida. Encontró la compañía de una mujer que más que amiga, paso a ser la madre que jamás soñó tendría.





Denny Peñalver.

Sublime y Dócil Dennoe Han.

Historias, cuentos, poemas, relatos.

lunes, 4 de septiembre de 2017

EL SUEÑO DE CARMELINA.... Primera Parte


La pequeña Carmelina Montaño, fantaseaba con interminables bancos de arenas de una playa desconocida.


 



Carmelina tan habilidosa en sus oficios, alta y delgaducha para sus doce años, huérfana, sin mas que opción que seguir el camino de su difunta madre, fue criada por la cocinera de la hacienda de los Fuente Hidalgo. Muchacha curiosa y soñadora, al escuchar los relatos de la hija de los patrones, Carmelina se imaginaba sumergida en un oleaje marino que le regocijaba con las sutiles caricias del vaivén del mar. 

      La tierna Carmelina idealizaba en el tiempo un viaje que sólo en su imaginación andaba. Los gritos desternillantes de su madrina la traína de vuelta a una triste realidad, donde lo más importante era el trabajo duro y complacer a la niña Patricia de la Fuente.
A la hora de la comida, Carmelina se internaba en el mundo de sus anhelos, emprendía un desaforado vuelo imaginario cuyo destino era la desconocida playa de sus sueños. El sólo hecho de verse frente al mar, sumergirse entre sus olas y juguetear hasta el cansancio dibujaba una sonrisa en sus curtidos labios.
–Allí estas, soñando con lo que nunca veras, ya basta niña tonta y ponte a trabajar, eso es lo que hay mucho trabajo.
–Quien sabe madrina. Algún día, allá donde está el mar mis pies me han de llevar, y seré tan feliz, que no volveré aquí nunca jamás.
–Sí, Carmelina. No te olvides que el pobre nació para trabajar para los ricos, dejar de sonar, porque cuando yo falte en esta tierra de ésta cocina, tú te vas a encargar.
–No, no madrina, yo no voy a seguir su destino. En el mar, yo seré libre cómo la brisa que me acaricia, cómo el sol de cada día, y cómo la noche que nos abriga a soñar.

Las carcajadas de la madrina inundaron todo el lugar; sin embargo, Carmelina creía en su mundo de fantasías y así lo vivía, de esa manera el trabajo era menos duro para ella.  Carmelina estaba dispuesta a luchar por conseguir la manera de ir a ese lugar, un ancho mar del cual la niña Patricia, siempre contaba hermosas aventuras. Cierto día llegó al pueblo un hombre elegante; con gran porte militar y un traje impecable, jamás visto por los ojos de ella.
Era un sombrero tan bonito y distinto a todos los que usaban los caballeros del pueblo. Aunque era muy pequeña Carmelina sabía zarandearse entre los retorcidos troncos de la taberna de Don Facundo. Ella pudo colocarse bajo del piso de la taberna, Carmelina se dedicó a escuchar las historias del hombre que hacía llamarse Capitán del mar.  
Los ojitos de Carmelina se abrieron de par en par ante la emoción, con toda serenidad durante horas escuchó las aventuras del desconocido, olvidando que había ido al pueblo por el mandado, se dejó llevar por las palabras que danzaban por todo el salón, ella se atrevió a soñar en un profundo mar de arenas blancas, tal como decía el capitán y se dejó llevar por sus deseos de conocer aquel maravilloso lugar, cerrando sus ojitos se entregó a su imaginación.

La noche sin luna sorprendió a Carmelina tras quedarse rendida en su escondite, al salir de entre los troncos se encontró en plena oscuridad, presura se hecho andar sin saber dónde iba llegar, camino y camino largas horas sin parar. El sendero hacia la hacienda de Don Francisco de la Fuente nunca había sido tan largo como aquella noche.
Casi sin fuerza se recostó en los brazos de un Samán, cuyas raíces encunadas parecían estar esperando por ella para resguardarla de la fría noche; con las pocas fuerzas que aún tenía, Carmelina junto algunas hojas para cubrirse un poco, pues el cansancio no le permitió seguir andando, y entre bostezo y bostezo quedó completamente rendida, soñando con su playa desconocida.

El sol mañanero le despertó con una resplandeciente sonrisa, dando los buenos días a la pequeña jovencita. Carmelina se estiraba de entre las raíces del Samán, agradeció al buen árbol haberla recibido y protegido del frío. Los gruñidos de su estómago anunciaban con desespero la hambruna, tras algunos minutos notó que la oscura noche le había perdido el camino a la hacienda, solo Dios sabia en que senderos andaría. 
Miró a su alrededor y sólo encontró desolación, aquellos caminos le eran desconocidos, estaba perdida y sin remedio; temerosas de no saber su destino, se dejó caer sobre las raíces sollozando de miedo. Respiró profundo para calmar su corazón acelerado cual potrillo desbocado, un delicado aroma de frutas frescas inundo su olfato. 
Aquella fragancia la guiaba hacia el camino donde encontraría su destino, presurosa se abrió paso entre matorrales de altos carrizos, se detuvo de un tirón al ver frente a ella, decenas de árboles de naranjas, manzanas, entre ellos algunos bananos, su estómago festejo de contento, ante el fresco mañanero que la envolvía en aquella colina.
Carmelina apretujo su barriga que se desesperaba ante tantas delicias, si comiera uno de esos frutos pronto estaría satisfecha, nada más faltaba pedir permiso para tomar el fruto ajeno. Muy juiciosa camino entre los camellones, evitando pisar las moras frescas y luchando contra sus deseos de tomar las frutas y devorarlas, al divisar la humeante chimenea de una pequeña cabaña corrió a toda prisa hacia la puerta.
Tocó y tocó varias veces la puerta sin obtener respuestas, se asomó por una ventanilla que estaba cerca, llamó varias veces, nadie respondió. Su estómago gruñía cada vez más fuerte al sentir el aromático café que brotaba de una ollita en el fogón. El hambre la atormenta induciéndola a tomar las frutas; no obstante, su madrina le había enseñado que lo ajeno se respeta y le aconsejó pedir antes de tomar lo de otros... Agarrar sin permiso es robar. 


Denny Peñalver
Sublime y Dócil Dennoe Han.



Historias, cuentos, poemas, relatos.

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