Permaneció sentada en las escalinatas de la entrada, a la espera de quien se asomara.
A juzgar por lo que veía, Carmelina que los propietarios del lugar debían estar cerca, una gran cacerola humeante estaba puesta en el
fogón, de repente entre el maizal miró que algo se movía, aunque no lograba distinguirlo espero un poco sobrecogida ante la expectativa; salió una figura femenina que
se movía con cierta lentitud, corrió hacia ella y al estar cerca pudo ver a una
anciana sonriente. Carmelina no dejó de sonreír y se ofreció ayudarla con la
carga, presura hizo gala de su buen carácter.
–Buenos días, buena señora –dijo Carmelina corrió hacia ella– déjeme ayudarle.
–Buenos días, criatura –replicó la anciana sonriendo– gracias por tu
ofrecimiento.
–Pasaba por acá y mire sus hermosos árboles
frutales –expone la chica agarrando el cesto– la despiadada noche me ha confundido y me ha traído a senderos
desconocidos.
–Yo conozco todos los caminos. –dijo la anciana caminando– ¿Cuál era tu sendero?
–La hacienda de mi patrón –dijo ella con gran esfuerzo– Don Francisco de la
Fuente.
–Querida está muy lejos del camino– replicó la mujer riendo a carcajadas– haz venido
en sentido contrario, vagabunda noche que te ha perdido.
–¡Oh, pobre de mí! –dijo la chica con miedo– Ña Ana me va a encerrar de
nuevo en el cuarto oscuro. Cuando se enoja, no hay quien pueda con ella.
–Vaya por lo que dices parece una mujer muy fuerte– dijo la anciana burlona– pero todo Sansón tiene su Dalila, no te preocupes ya abrá quien la ponga en su lugar.
–Fuerte es poco, tiene una mano grande y pega
duro –dijo ella sobándose una mejilla–¿Qué hay más
allá de las colinas?
–Un mundo maravilloso –dijo la anciana entre suspiros– un lugar de belleza
sin igual que pocos ojos han mirado antes.
Con una leve sonrisa, la noble anciana le
invita a pasar al sentir compasión de la pequeña Carmelina que se había perdido
durante la noche, el desafiante ronroneo de su estómago delataba el hambre que
ella sentía. al parecer la noche confabulo a favor de Carmelina, quien amparada por aquella noche sin luna avanzó sin saber al destino de sus sueños.
La
emoción embarga a la chiquilla al ver sobre la chimenea, el retrato de una
hermosa mujer a orillas de un ancho mar. Por primera vez Carmelina miró el mar, tomó el
retrato entre sus callosas manos producto del duro trabajo. Durante largo rato
lo contempló perdida en aquella belleza, buscaba cada detalle para iniciar una
nueva aventura en su interminable mundo de fantasía, emocionada Carmelina llevó
el retrato a su pecho entregándose a su imaginación.
Desde el rincón donde se
acurrucó podía sentir la brisa de la mañana, cargando un fresco aroma jamás
percibido que inundaba su nariz, buscó con desesperación una refulgente
caracola que le enseñara el canto del mar, cual espumoso oleaje chocando contra la blanquecina arena.
Carmelina se zarandeó al escuchar su nombre a
lo lejos, pero no dejo de soñar la segunda vez escucha su nombre con más
fuerza, ella abrió sus ojos al contacto de una mano en su hombro, en ese
momento cesó el cantar del mar y el exquisito aroma se desvaneció. La
sonrisa de la pequeña se torna triste, sólo ella conocía la intensidad de su
deseo por conocer el mar. En su corazón, Carmelina sabía que pertenecía a aquel
lugar desconocido, aquella fantasía de la playa le llenaba de paz y felicidad.
–Carmelina, pequeña no debes regresar a la
hacienda de dónde has partido, pues tu felicidad está muy cerca de ti, ahora
debes seguir tu corazón y encontrar ese lugar soñado.
–¿Por qué lo dice, Doña Florencia?
–Porque tu rostro se ilumina cuando sueñas con
la playa, sobrenadas en alegrías y placidez cuando das rienda suelta a tu imaginación.
–Mi corazón canta de una manera diferente, es
incontrolable lo que siento.
–Un sueño como el tuyo me trajo aquí y
finalmente pude conocer la verdadera felicidad, desde entonces hice de este
lugar mi hogar.
-¿Siempre ha vivido sola aquí, Doña Florencia?
-No, Carmelina. Mi esposo falleció el año
pasado, mis dos hijos ya se han casado.
-Cuando sea grande, voy hacer como usted, pero
viviré cerca del mar.
-Carmelina, nunca dejes de luchar por hacer
realidad tus sueños, pues allí radica la felicidad. Vamos a preparar una
canasta, hoy te llevaré a un lugar que te va encantar.
Carmelina estaba feliz, su corazón parecía
explotar de tanta dicha, por primera vez la risa no se atoraba en su garganta y
brotaban como hermosas margaritas en el vergel florido de primavera. Doña
Florencia, también estaba muy alegre de tener compañía, hacia tanto tiempo que
su humilde hogar no se inundaba de risas, la llegada de aquella pequeña
florcilla silvestre, llevaba consigo un ramillete de luz en casa sonrisa.
La canasta repleta de frutas, panes y carnes secas. Una garrafa de agua
fresca y otro pequeño repleto de un aromático chocolate, algo de heno que dejo
a Carmelina un poco sorprendida. Detrás de la casa, apareció una mula arreando
una vieja carreta, Carmelina no dejaba de sonreír pues su corazón festejaba,
entre la emoción y la esperanza de lo que le esperaba mas allá de la colina.
Subieron y bajaron un par de
colinas, un aroma refrescante inundó los pulmones de Carmelina, sus ojitos se
iluminaron al escuchar un fuerte zumbido agradable a sus oídos; menuda sorpresa
para la pequeña, su ansiado mar le daba la bienvenida tras la tercera colina,
emocionada bajo de la carreta y hecho a correr colina abajo, con los brazos
abiertos cómo queriendo abrazar el inmenso mar que miles de veces llego a
soñar.
Cuanta emoción sintió Carmelina al sentir el agua tibia bañando sus
pies desnudos, el tierno abrazo tanto tiempo deseado. El cantar de las olas al
romper su camino, fue para ella más hermoso de lo que había imaginado, corría
de un lugar a otro, derramando lágrimas de felicidad nunca antes
sentidas.
Carmelina caminó a los brazos de Doña Florencia, ambas se fundieron en
un eterno abrazo grande e intenso, cálido y abrigador. Dos seres en el mundo,
disfrutaban de intensos días en los brazos de un mar noble y cálido que las
recibía cada día. Carmelina cumplió su sueño y descubrió la playa desconocida.
Encontró la compañía de una mujer que más que amiga, paso a ser la madre que
jamás soñó tendría.
Denny Peñalver.
Sublime y Dócil Dennoe Han.
Historias, cuentos, poemas, relatos.
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