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lunes, 4 de septiembre de 2017

EL SUEÑO DE CARMELINA.... Primera Parte


La pequeña Carmelina Montaño, fantaseaba con interminables bancos de arenas de una playa desconocida.


 



Carmelina tan habilidosa en sus oficios, alta y delgaducha para sus doce años, huérfana, sin mas que opción que seguir el camino de su difunta madre, fue criada por la cocinera de la hacienda de los Fuente Hidalgo. Muchacha curiosa y soñadora, al escuchar los relatos de la hija de los patrones, Carmelina se imaginaba sumergida en un oleaje marino que le regocijaba con las sutiles caricias del vaivén del mar. 

      La tierna Carmelina idealizaba en el tiempo un viaje que sólo en su imaginación andaba. Los gritos desternillantes de su madrina la traína de vuelta a una triste realidad, donde lo más importante era el trabajo duro y complacer a la niña Patricia de la Fuente.
A la hora de la comida, Carmelina se internaba en el mundo de sus anhelos, emprendía un desaforado vuelo imaginario cuyo destino era la desconocida playa de sus sueños. El sólo hecho de verse frente al mar, sumergirse entre sus olas y juguetear hasta el cansancio dibujaba una sonrisa en sus curtidos labios.
–Allí estas, soñando con lo que nunca veras, ya basta niña tonta y ponte a trabajar, eso es lo que hay mucho trabajo.
–Quien sabe madrina. Algún día, allá donde está el mar mis pies me han de llevar, y seré tan feliz, que no volveré aquí nunca jamás.
–Sí, Carmelina. No te olvides que el pobre nació para trabajar para los ricos, dejar de sonar, porque cuando yo falte en esta tierra de ésta cocina, tú te vas a encargar.
–No, no madrina, yo no voy a seguir su destino. En el mar, yo seré libre cómo la brisa que me acaricia, cómo el sol de cada día, y cómo la noche que nos abriga a soñar.

Las carcajadas de la madrina inundaron todo el lugar; sin embargo, Carmelina creía en su mundo de fantasías y así lo vivía, de esa manera el trabajo era menos duro para ella.  Carmelina estaba dispuesta a luchar por conseguir la manera de ir a ese lugar, un ancho mar del cual la niña Patricia, siempre contaba hermosas aventuras. Cierto día llegó al pueblo un hombre elegante; con gran porte militar y un traje impecable, jamás visto por los ojos de ella.
Era un sombrero tan bonito y distinto a todos los que usaban los caballeros del pueblo. Aunque era muy pequeña Carmelina sabía zarandearse entre los retorcidos troncos de la taberna de Don Facundo. Ella pudo colocarse bajo del piso de la taberna, Carmelina se dedicó a escuchar las historias del hombre que hacía llamarse Capitán del mar.  
Los ojitos de Carmelina se abrieron de par en par ante la emoción, con toda serenidad durante horas escuchó las aventuras del desconocido, olvidando que había ido al pueblo por el mandado, se dejó llevar por las palabras que danzaban por todo el salón, ella se atrevió a soñar en un profundo mar de arenas blancas, tal como decía el capitán y se dejó llevar por sus deseos de conocer aquel maravilloso lugar, cerrando sus ojitos se entregó a su imaginación.

La noche sin luna sorprendió a Carmelina tras quedarse rendida en su escondite, al salir de entre los troncos se encontró en plena oscuridad, presura se hecho andar sin saber dónde iba llegar, camino y camino largas horas sin parar. El sendero hacia la hacienda de Don Francisco de la Fuente nunca había sido tan largo como aquella noche.
Casi sin fuerza se recostó en los brazos de un Samán, cuyas raíces encunadas parecían estar esperando por ella para resguardarla de la fría noche; con las pocas fuerzas que aún tenía, Carmelina junto algunas hojas para cubrirse un poco, pues el cansancio no le permitió seguir andando, y entre bostezo y bostezo quedó completamente rendida, soñando con su playa desconocida.

El sol mañanero le despertó con una resplandeciente sonrisa, dando los buenos días a la pequeña jovencita. Carmelina se estiraba de entre las raíces del Samán, agradeció al buen árbol haberla recibido y protegido del frío. Los gruñidos de su estómago anunciaban con desespero la hambruna, tras algunos minutos notó que la oscura noche le había perdido el camino a la hacienda, solo Dios sabia en que senderos andaría. 
Miró a su alrededor y sólo encontró desolación, aquellos caminos le eran desconocidos, estaba perdida y sin remedio; temerosas de no saber su destino, se dejó caer sobre las raíces sollozando de miedo. Respiró profundo para calmar su corazón acelerado cual potrillo desbocado, un delicado aroma de frutas frescas inundo su olfato. 
Aquella fragancia la guiaba hacia el camino donde encontraría su destino, presurosa se abrió paso entre matorrales de altos carrizos, se detuvo de un tirón al ver frente a ella, decenas de árboles de naranjas, manzanas, entre ellos algunos bananos, su estómago festejo de contento, ante el fresco mañanero que la envolvía en aquella colina.
Carmelina apretujo su barriga que se desesperaba ante tantas delicias, si comiera uno de esos frutos pronto estaría satisfecha, nada más faltaba pedir permiso para tomar el fruto ajeno. Muy juiciosa camino entre los camellones, evitando pisar las moras frescas y luchando contra sus deseos de tomar las frutas y devorarlas, al divisar la humeante chimenea de una pequeña cabaña corrió a toda prisa hacia la puerta.
Tocó y tocó varias veces la puerta sin obtener respuestas, se asomó por una ventanilla que estaba cerca, llamó varias veces, nadie respondió. Su estómago gruñía cada vez más fuerte al sentir el aromático café que brotaba de una ollita en el fogón. El hambre la atormenta induciéndola a tomar las frutas; no obstante, su madrina le había enseñado que lo ajeno se respeta y le aconsejó pedir antes de tomar lo de otros... Agarrar sin permiso es robar. 


Denny Peñalver
Sublime y Dócil Dennoe Han.



Historias, cuentos, poemas, relatos.

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