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domingo, 6 de agosto de 2017

En una Mañana Fría.... Primera Parte


Una mañana fría en el corazón, es dolora e incontrolable; pero el tiempo se encarga de apaciguar ese sentimientos y dar luz al alma...




La infausta relación con Rodrigo Berti, la escaldó al punto de no querer saber nada más del amor; tristemente fue llevada a enclaustrarse en un mundo de impía y tenebrosa soledad, entre las ataduras esclavistas de un pasado transgresor, dilapidando un precioso tiempo en el transitar de su existencia. 
Pobre e insulsa mujer, dejó ir sus mejores años, encadenada al recuerdo de un mal amor.  Camelia Mondragón lleva por nombre, vivió enajenada en sí misma, paralela a la realidad que la tanteaba, privándose la oportunidad de desarrollar su ser interior, sin atreverse a explorar nuevas y excitantes aventuras que llenaran el gran vacío en su inapetente existir.  
Aquella hermosa mujer, se creyó libre como un pájaro tricolor al confundir el amor, cuando en realidad estaba estancada en un sentimiento no correspondido; derrochó su belleza al mantenerse sola, triste y vacía; al punto de perder la esencia de soñar, de vivir con alegría y disfrutar sus más profundas fantasías.

Como dicen por allí, “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”.

Haciendo acopio de sus remembranzas, decidió darle un cambio a su escueta vida. Se levantó de aquel nefasto sofá en el rincón más oscuro de la habitación, donde yacían sus días entre penas y desilusión, limpió de su rostro la última lágrima que derramo por aquel ingrato amor.
Deteniéndose frente al espejo, Camelia observó un rostro marchito por el imbatible tiempo, quien sin ninguna contemplación se posó sobre ella profanando su candor; dejó profundas huellas a su paso, semejando las grietas de un corazón vilipendiado por el dolor del desamor.
Encismada en la tétrica imagen que se propagó frente a sus lesos ojos grises, no percibió la sutil brisa que acariciaba su cuerpo encrespando hasta los lugares más ocultos. Sin embargo, el constante golpeteo de un carpintero en el umbral de su ventana, logró extraerla de la profundidad de su embelesada sumisión, ante el aterrador remedo de mujer que se había convertido.
Dio un paso atrás. rápidamente, dando poca credulidad a lo que se exponía frente a ella, cuestionándose con premura por haber permitido que un desengaño amoroso, la entregara con mucha soltura a los brazos de la temida locura.
       –¡¡¡Oh, mi Dios en que me he convertido!!!

Fue aquel grito silente, el benefactor de su buenaventura. Desesperada corrió a la ducha, fregando con fuerza su desdeñada piel, tratando de arrancar la miserable imagen que le carcomía la mente. Camelia se tomó el tiempo necesario para acicalarse, con grácil nostalgia sintió en lo más recóndito del alma, el inminente cambio que requería su existencia, para dejar atrás de una vez por todas, los cruentos días de melancolía por una relación que no la merecía.

Decidida a salir de la oscuridad que la abrumó por mucho, tiempo camino hacia la puerta principal, luchando contra las voces internas de su mente, que intentaban mantenerla presa en su desdicha; movió la cabeza de un lado a otro, disipando aquellos infaustos pensamientos, abrió la puerta y dibujo su mejor sonrisa, al recibir la calidez de tan maravilloso día acariciando sus mejillas.
Respiró profundo y salió a la calle, había olvidado cuando hermosa era su comarca. Con extensos jardines multicolores, cuna de infinidad de aves. El dulce cantar de los pajarillos, llenaba sus ávidos oídos con hermosos trinares, saludando otro amanecer en los resplandecientes días primaverales, donde los capullos perdían su pureza al abrir sus pétalos al vivaracho picaflor.
Camelia suspiró sin cesar, ante la hermosa sonrisa de aquella primera mañana de abril, acarició con ternura cada ramillete florecido que se interpuso en su andar, como quien permanece privada de su libertad y vuelve abrirse paso a la sociedad.

Atraída por la dulce y aromática fragancia del café de Don Facundo, encaminó sus pasos por la estrecha calle del Bulevar “Mocedades”; cuyos vecinos eran sus antiguos amigos, siendo acogida con sobrado entusiasmo por sus conocidos.
¡Jubilosos, sí! jubilosos... 
Dichosos de verla nuevamente recorrer los caminos por largo tiempo olvidados, maravillados al contemplar el rostro que Camelia pretendió esconder, una amplia sonrisa le bastó a sus más allegados, para comprender que todo lo malo quedó sepultado.


( Cntinuará... ) 
Denny Peñalver
Sublime y Dócil Dennoe Han


Historias, cuentos, poemas, relatos.

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